Paterson


Jarmusch, Adam Driver y William Carlos Williams

Jarmusch en general me aburre. Casi todas sus historias no me atrapan, no me importan; pero Paterson si lo ha hecho. En una anodina ciudad, un anodino conductor de autobús parco en palabras, hermético, afable pendiente siempre de las conversaciones de los pasajeros, que repite una y otra vez, aparentemente, lo mismo todos los días, como si de una nueva versión de Atrapado en el Tiempo se tratara, Jarmusch nos muestra  el poderoso, hipnótico, conmovedor mundo minúsculo de Paterson (el conductor tiene el mismo nombre que la ciudad) que bulle su la cabeza (la de un magnífico Adan Driver)  siempre en busca de sentido poético en toda persona y situación que le rodea. Poemas que escribe todos los días en su libreta diario.
Y lo consigue. Hay lirismo, humor un clima casi onírico en los mismos lugares que recorre cada uno de los siete días en los que se desarrolla esta crónica. El autobús que conduce. El bar de todas las noches. La casa en la que vive con su mujer vibrante, creativa, entusiasta, optimista envuelta siempre en actividades, algunas absurdas, pero llenas de una energía conmovedora. La catarata que visita, y en la que se desarrolla una de las mejores escenas de la película, en la que se encuentra descubre a un poeta japonés que podría ser su alma gemela. Su perro, al que pasea todas las noches y que llega a convertirse en un personaje más con un importante papel en la historia.
Patterson es una extraña, hermosa y sencilla  obra maestra.

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